Finalizando el estruendo de los fusiles, los silencios que pedían socorro, y al dejar de mirar la soledad en los ojos de sus vecinos, con timidez, hasta los oídos de Lina María se fue aproximando el zumbido de las abejas que con afanoso desespero buscaban protección, y por coincidencia Lina, en su terroncito de Antioquia, algo nuevo para hacer que fuese útil para el mundo por ende para su bienestar presente y futuro.

Lo que susurraron las abejas a su oído llegó directo a un corazón sensible y compasivo, el suyo. Por instinto se dejó llevar de lo dicho por las abejas, necesitaban hacerse compañía, conocerse, estrechar los lazos entre ambas especies. Caminó o voló con ellas, no lo supo a ciencia cierta, era una experiencia nueva. Las abejas estaban determinadas a salvarse y salvarnos; hasta ese momento no se había detenido a mirarlas, se quedó observando; parecía dormida con los ojos abiertos. En ese instante el mundo de las abejas abrió sus puertas para ella. La reina de la colmena suspendió toda actividad mientras Lina en el lomo de su mula no demostraba prisa, apreciaba los diferentes procesos en el mundo apícola sin salirse de los linderos de la miel, lo dulce de los colores, lo natural de su entorno.

Días después salió a contar su experiencia por todo su terruño, a ponerla en práctica por lo que la tildaron de loca, sin embargo, al anochecer de ese mismo día se fraguaba un futuro sólido muy a pesar de las otras señoras. Unos metros más abajo del solar de su casa se establecieron los puertos de llegada a los abejorros en medio de zumbidos que nadie se atrevía a contradecir, no tengas miedo mujer, se decía a sí misma, se animaba más por el refugio ofrecido a las nuevas amigas que por cualquier otra cosa; tan pronto las colmenas estuvieron listas para exprimir lo hizo con su consentimiento. Avanzó a las calles del pueblo ofreciendo sus productos en un canasto mientras el viento que pasaba llevaba su pregón haciendo que los ojos de los pobladores se dirigieran a ella, encontrando su figura adornada de una blanca sonrisa y sus grandes ojos color miel, todo su conjunto era atractivo y adherente por su dulzura.

A tajitos de caña fue formando un techo y a tajitos de miel construyendo sus paredes sobre la carretera, cercado con el encanto de una vegetación de bosque nativo. En las mañanas se sienta a ver desfilar las abejas con sus patas polvorientas y en las tardes a recoger los frutos que le ofrecen las plantas del huerto.

Lina María surge de la siempre viva, inspira y hace que todo vaya bien.

Casi a modo de mofa pero con una certeza infinita, las otras señoras dicen que en el 2040 se verá su imagen en una etiqueta que lleva aroma a su paz y tranquilidad forjada en su interior y apoyándose en su propio espacio. No volvió a encontrar sus oscuros recuerdos de muerte.

Por: Berenice Pérez Hincapié

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