3. Por lo tanto, Señor Dios, en ti pongo toda mi esperanza, en ti busco mi refugio, en ti confío todas mis tribulaciones y todas mis angustias porque todo lo que miro fuera de ti, todo lo veo débil e inconstante.

Porque no me servirán los muchos amigos; ni me podrán prestar ayuda oportuna los sabios más prudentes; ni me consolarán los libros de los doctos; ni habrá riqueza tan elevada que me pueda rescatar y liberarme; ni habrá lugar secreto y apartado que pueda defenderme, si tú, personalmente, no estás presente para asistirme, confortarme, consolarme, instruirme y protegerme.

Lea también: Todos buscan sus intereses personales

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.