Tiempo de Pascua, tiempo de acogida a los migrantes venezolanos… en la historia de la humanidad, siempre se ha presentado este fenómeno social de desplazados por todo el mundo a consecuencia de muchos motivos, y en nuestro caso específico, son miles de venezolanos que a lo largo y ancho de la geografía nacional han llegado en razón de políticas socialistas populistas que a manera de oropel han entusiasmado la voluntad del pueblo a fin de un aparente cambio de justicia social, que luego como verdugo o tirano se olvida de principios de rectitud y obliga por la pobreza, miseria, expropiación y carencia de oportunidades a sus gobernados a deambular como errante en la búsqueda de mejores condiciones de vida.

Hoy Sonsón no es ajeno a ello, ya son cientos de venezolanos los que han llegado a nuestra tierra, y en su inmensa mayoría, personas de bien que han fortalecido la demanda laboral y oferta comercial en el área urbana y rural, y que además, sienten la necesidad de acogida; pues bien sabemos que desde lo ético y cristiano, nos corresponde volver la mirada de bondad, generosidad, clemencia y misericordia con quien sufre como víctima del desplazamiento forzado y el rechazo, la indiferencia a su angustia y la negativa al bien, se constituyen en elementos generadores de inestabilidad social y violencia.

Llegó el momento para que en nuestro Sonsón, todos unidos como ciudadanos, instituciones, autoridades civiles, de policía y militares, iniciemos acciones de acogida a través de su organización y asociación que nos posibiliten emprender acciones pedagógicas de convivencia, institucionalidad y el establecimiento de una base de datos que permitan la expedición de su tarjeta de residencia temporal y determinar su identidad, formación académica, ocupación, lugar y/o dirección de residencia, y por consiguiente, canalizar recursos de ayuda y apoyo desde lo local, departamental, nacional e internacional, a su difícil situación socioeconómica.

Ya es un hecho, los venezolanos ya están en nuestro medio y si ayer fueron muchos los colombianos que emigraron a Venezuela en la búsqueda de mejores condiciones de vida, hoy ya nos corresponde brindarles nuestra acogida a la luz del Evangelio y los principios orientadores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Más que un llamado, es un deber cristiano y de respeto a su esencia humana.

Con sentimientos de respeto y alta consideración, Carlos Alberto Ríos Jiménez.

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