4. Señor, cuán necesaria me es tu gracia para empezar el bien, continuarlo y terminarlo porque sin ella nada puedo hacer (cfr. Jn. 15, 5), mientras todo lo puedo en ti (Cfr. Flp. 4, 13), si me robusteces con tu gracia.

¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin la cual nada valen nuestros méritos y nada valen nuestros mismos dones naturales!

Las artes, las riquezas, la belleza o la fortaleza, el ingenio o la elocuencia, sin la gracia, delante de ti, Señor, no tiene ningún valor. Los dones naturales son comunes a los buenos y a los malos, pero la gracia, es decir, la caridad, es un don propio de los elegidos y, revestidos de ella, se hacen dignos de la vida eterna.

Tan excelsa es esta gracia que ni el don de la profecía, ni el de hacer milagros, ni la más alta contemplación valen algo si ella falta. Y tampoco la fe, la esperanza y las otras virtudes son agradables a Dios sin la caridad y sin la gracia.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.