2. Pero tú, Señor, siempre eres el mismo y como tal permaneces eternamente (Sal. 101, 28, 13): inmutablemente bueno, justo y santo; haciendo las cosas bien con justicia y santidad, y ordenándolas con sabiduría.

Pero yo, que soy más propenso para retroceder que para progresar, no me mantengo siempre en la misma situación, porque los tiempos se mudan en mí siete veces (Dan. 4, 13. 20. 22).

No obstante, mi condición puede mejorar si te dignas extender hacia mí tu mano auxiliadora. Sólo tú, y ninguna injerencia humana, puede socorrerme y fortalecerme de tal modo que no se mude continuamente mi semblanza y mi corazón se dirija únicamente a ti y en ti descanse.

Lea también: Capítulo 40|Nada de bueno puede hacer el hombre por sí solo y de nada puede gloriarse

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.