Un gentío inmenso se agolpaba a lado y lado del camino que de Santa Elena conducía a Medellín, en las lomas del moderno barrio de Buenos Aires. Habitantes de todo el valle de Aburrá se habían congregado en la plaza mayor de la ciudad, actual Parque Berrío, para recibir con laureles a los valientes orientales que les habían devuelto la libertad nueve días antes, un 5 de mayo de 1841 en las faldas del caserío de Salamina. La iglesia de La Candelaria era testigo de cómo los patriotas de Medellín habían decorado su plaza mayor: arcos triunfales e innumerables flores colgaban de las casonas que demarcaban la todavía empedrada plaza, y un elevado trono púrpura con la inscripción “en honor de los vencedores en Salamina” era la cúspide del sentimiento patriótico.
Al mayor Braulio Henao y a la dama sonsoneña María Martínez de Nisser se les trataba con especial esmero, pues ellos habían sido protagonistas del triunfo. Pero ¿qué sucedió ese 5 de mayo de 1841 en Salamina, y por qué fue tan relevante este acontecimiento?
Desde mediados de 1839 se había presentado una insurrección en contra del gobierno legítimo del presidente neogranadino José Ignacio de Márquez en la provincia de Pasto. El levantamiento tenía su origen en una orden que suprimía los conventos menores de esa zona meridional de Nueva Granada. Pronto, el alzamiento religioso se tornó político con el ingreso del veterano general santanderista José María Obando a favor de los sublevados, pues muchos integrantes del partido de Francisco de Paula Santander se mostraban inconformes con el Gobierno.
Fue solo cuestión de tiempo hasta que los “caciques” provinciales, llamados supremos, se rebelaron también contra el Ejecutivo, lo que causó una insurrección en más de la mitad de las veinte provincias de aquel entonces.
Los supremos se aferraban al federalismo y tenían como jefe de la sublevación al caucano Obando. También buscaban defender sus intereses particulares, ya que se trataba de grandes terratenientes y dueños de esclavos que veían con temor el centralismo y las medidas liberales de Bogotá.
En Antioquia fue Salvador Córdova, hermano del Héroe de Ayacucho, quien se levantó contra el gobierno. En principio, la población antioqueña no mostró resistencia, sin embargo, las posteriores medidas dictatoriales de Córdova causaron descontento en la provincia.
A finales de 1840 en localidades del Oriente lejano y norte de Caldas (que para ese momento pertenecía a Antioquia) se formó desde las sombras un bastión legitimista que apoyaba a Márquez y se oponía al supremo Córdova. Braulio Henao era jefe del movimiento contrarrevolucionario, del que también hacía parte María Martínez de Nisser.
Los legitimistas antioqueños habían logrado reunir 259 reclutas entre los pueblos del Oriente. Las fuerzas del supremo, por su parte, tenían 500 hombres bien pertrechados que, además, estaban motivados con la autorización de saquear cualquier poblado que les ofreciese resistencia.
Henao y sus hombres fingieron una retirada desde Sonsón y marcharon hacia Abejorral, en donde se aprovisionaron de comida. Luego bordearon el río Arma y el primero de mayo entraron en Pácora, en donde la viruela y el temor del contagio los hizo estar solo un día en el pueblo. Para la una de la mañana del 3 de mayo llegaron a Salamina.
Una de la tarde, miércoles 5 de mayo de 1841. Mujeres orientales y nortecaldenses se congregan en la iglesia de Salamina a elevar plegarias al cielo por la liberación de Antioquia de los sublevados e implorando protección divina para sus esposos, hijos y padres, que aguardaban la inminente batalla en las lomas que rodean al pueblo. Media hora después, al sonido de los ruegos y de los rosarios se mezcla el silbido lejano de las balas de la primera carga de fusil: el plan había surtido efecto, los rebeldes habían sido emboscados.
A cada carga de fusil de los facciosos le seguía una contestación legitimista un poco más débil por la diferencia numérica, era como una sinfonía macabra en la que cada sonido de bala podría representar la muerte, y el único silencio que se escuchaba era producto de la demora en la recarga de más munición. Cuando el sonido se debilitaba, era porque los fusileros de una compañía habían sido abatidos o huían loma abajo.
A las cuatro de la tarde, el redoble de tambores anunció una carga a la bayoneta dirigida por Henao, la cual daría la estocada final a los facciosos. Así se liberó a la provincia de Antioquia, quedando nuevamente en manos de la legitimidad.
El parte del combate habla de 77 sublevados muertos, 69 heridos y 130 prisioneros; mientras el bando de la legitimidad solo tuvo dos bajas y 9 lesionados.
Salvador Córdova, quien a lo largo de su vida había servido a su patria, se le cobró su rebelión y los excesos que cometió en algunos pueblos que se le resistieron. Terminó fusilado en Cartago el 8 de julio de 1841.
Los vencedores de Salamina marcharon hacia Medellín, y por todos los pueblos y caseríos por los que pasaban eran recibidos con coronas de flores y cánticos de alegría, pues eran considerados los héroes y libertadores de Antioquia. En Medellín se les hizo un especial reconocimiento, pero sería el Congreso de la Nueva Granada el que rendiría honores a estos patriotas orientales mediante la Ley 17 del 31 de mayo de 1841.
La Batalla de Salamina selló el fin de la insurrección en Antioquia y logró que la misma volviera a regirse bajo la legitimidad que da la constitución y un gobierno democrático.
La mejor forma de honrar a los héroes de Salamina es recordando su historia, porque ellos sentaron las bases de la legitimidad en un momento crítico para la formación republicana no solo de Antioquia, sino de toda Colombia. Además, como dijo el político y orador romano Cicerón: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”.
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Por:
Felipe Osorio Vergara, envigadeño y periodista en formación de la Universidad de Antioquia, enamorado de la historia y empeñado en conocer sobre el imperio del derecho.
(Publicado originalmente en mayo de 2019, edición 14, página 23 del periódico La Prensa Oriente).